Mariano Fernández Santiago (1824-1906), casado y con 6 hijos, era un gitano granadino que vivía en el Sacromonte y se dedicaba a la fragua. Un buen día el pintor Mariano Fortuny lo vio trabajando el hierro y quiso retratarlo como imagen del tipismo andaluz de la época. Lo hizo posar vestido con unas peculiares ropas de otro tiempo (polainas, camisa con chorreras y sobrero de catite) que Chorrojumo ya no se volvió a quitar. Se convirtieron en una segunda piel con la que paseaba por la Alhambra posando para los turistas y contándoles fantásticas historias sobre el monumento a cambio de algunas monedas. Se autodenominó “Rey de los Gitanos” y “Señor de los Bosques de la Alhambra” y dejó la fragua para dedicarse a su nuevo oficio.
Y no le fue mal, importantes personalidades lo buscaban para escuchar sus historias e inmortalizar el momento, son incontables las postales con su imagen que habrán circulado por el mundo. Hasta pudo dejar su cueva en el Sacromonte para habitar una humilde vivienda en el Callejón Niño del Royo. Y el tiempo pasó y Chorrojumo se fue haciendo mayor, le salieron imitadores más jóvenes que le hacían la competencia, sus piernas ya no subían por esas cuestas con la misma fuerza y estaba perdiendo la visión. Hasta que un frío día de diciembre, mientras caminaba por la Alhambra, su corazón gitano dejó de latir y Mariano cayó desplomado. Había muerto Chorrojumo, el Rey de los Gitanos, uno de los personajes más peculiares que ha dado Granada.
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